Querido lector,
Ella sin ser mi madre me dio mimos, abrazos y
besos. Un tierno recuerdo de los abrazos
sinceros. No leía ni la m con la a, pero ella logro que mis labios confusos le
llamaran mamá.
Con voz resonante tocó mi corazón y por tres años, me
impartió amor. Siempre estuvo orgullosa de vernos crecer y sin exigencia extra,
desbordó gentileza en el aula que me enseñó.
Recuerdo su porte, cabello y voz; que con sublime
vocación me enseño 2+2. Martita fue mi pañuelo y mi inspiración. No importaba
el número en su lista, a todos nos daba amor.
En regaños no vaciló, pero lo hizo siempre con valioso
cuidado de forjar mi carácter y permitirme reconocer mi error. Aun huelo su
traje, lavanda, dulce y primavera. Es por ella que amé la escuela.
Mas que la ciencia y la lógica del sustrayendo y la
diferencia, Martita me enseñó que para amar no hay agenda. Se cuida porque se
quiere. Ella enseña porque sabe que vale la pena.
Si de lecciones hablamos, que yo escriba esto es
porque ella tomó mi mano e hicimos trazos con paciencia. Enseñándome así, la
importancia del trazar mejores futuros. Martita fue buena, no solo en la
escuela, porque a más de dos décadas, recuerdo que rol juega en mi vida los trazos,
abrazos, cantos y danzas que me enseñó de pequeño.
Martita es un sol, que me recuerda porque soy educador.
Y sin poder ya casi abrazar sus brazos, sueño como me oriento en su momento, predicando
que si seguía soñando podía logar ser algo.
Gracias niña Martita.
Hasta otra nota,
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