Querido lector,
Hay un mundo que asoma sus
narices al ocaso y cierra función al llegar el alba. Su espectáculo es de
perturbador anunciar y de exquisita etiqueta. Resalta la paleta de blancos y
grises e impacta la mente de fluorescente escarlata.
En su última gira, anuncia
en espectáculo de ensueño y enmaraña la entrada con reflectores de opaca
luminiscencia. Cada día hay una nueva función, pero la misma trama, clímax y
desenlace, que por cierto es de estridente infarto. En su estelar reclama su
rol, mi mente.
Abre el telón y primera la escena
me asombra el performance de mi ser. Cruje la entraña en estado de ensueño con
la narrativa que detalla una escena de universo lateral. No soy culpable. Soy víctima.
Hoy el espectáculo: dos
almas sobre dos recuerdos cabalgando el asfalto infinito, en silencio y slow-motion encuentran señalización de
parte del agente tragedia. Mi corazón palpita a niveles no permitidos. Seguro
que cada latido augura desgracia.
Sin poder devolver el ticket, se congela cualquier forma de
pago. La gravedad me retiene al asiento. Pasan los actos y sigo invalido por
las imagines que narran mi destino.
Fui voluntario sin haberlo
pedido. El desenlace es una desmesurada locura y no cabe duda que esa puesta
maestra fue dirigida por una mente perturbada. Salgo al fin de la función, no
se escuchan aplausos; solo se agradece con brindis del licor que embriaga la
dignidad y ya solo me quedo con un ramillete de marchitos claveles, con una
nota firmada por Epifanía.
Hasta otra nota,
Diálogos de Almohada.
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