Querido lector,
Cuando bebí en mesa redonda de mármol y vidrio jurabas
que el honor era divino. Pasé días sentado en sillas hablando con cuerpos vacíos.
Sin embargo, juraste que era inmaculado privilegio beber de su vino.
Ayer visité la misma mesa después de un lustro
perdido. Fui sin tu influencia, ni compañía, ni la fanfarria de los gritos de
tus amigos. Pude ver el brillo del mármol pulido. Sobresalto de asombro para
los conocidos, vecinos de mesa. Nuestra mesa de esquina quedó forrada de polvo
y vanidades de hombres de frágil ego.
Volví con la curiosidad de un mendigo, buscándote entre
sobras, aunque nada había perdido. Limpie con la palma de mi mano el cristal de
la mesa y mi reflejo me mostró mi nuevo rostro.
Me fui a la mesa redonda de mármol y vidrio que solía ser
nuestro altar. Solo son memorias los platillos de banalidades que nos servían como
plato principal. Fue hasta entonces que comprendí que el honor y privilegio fue
haber retirado mi silla de aquella mesa.
Hasta otra nota,
Diálogos de Almohada.
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